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¿El pasado se repite? Lecciones para Chile del comercio con Asia

JOSÉ DÍAZ-BAHAMONDE Pontificia Universidad Católica de Chile PEDRO IACOBELLI Universidad de los Andes

Por: JOSÉ DÍAZ-BAHAMONDE Y PEDRO IACOBELLI | Publicado: Martes 24 de diciembre de 2024 a las 04:00 hrs.
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JOSÉ DÍAZ-BAHAMONDE Y PEDRO IACOBELLI

En los años ‘30, en medio de una de las peores crisis de la historia, el comercio entre Japón, Chile y Argentina creció de manera inesperada. Casi un siglo después, encontramos un paralelo interesante con el comercio entre China y América Latina. En semejanza con Japón en los años ‘30, China ha emergido como un actor clave en la región. Sus exportaciones de manufacturas, desde textiles hasta electrodomésticos, y su demanda por materias primas, como cobre y soja, reflejan dinámicas similares a las de Japón en aquella época.

Sin embargo, es importante notar que el contexto histórico y las motivaciones detrás de ambos fenómenos presentan diferencias. En los años ‘30 Japón enfrentaba un doble desafío: la contracción del comercio global causada por la Gran Depresión y las restricciones impuestas por potencias occidentales como Estados Unidos y Europa, que limitaban su acceso a mercados tradicionales. Para contrarrestarlo, Japón desarrolló una política comercial agresiva con subsidios a sus empresas exportadoras y con uso de acuerdos compensatorios, que permitían el intercambio de bienes sin uso de divisas. Para Chile, este modelo permitió instalar inéditas cantidades de salitre y cobre en el mercado asiático -productos que Japón necesitaba para su creciente industria- y así contrarrestar la caída de sus exportaciones hacia Europa.

“Como ocurrió con Japón en los años ‘30, las exportaciones de China a la región están dominadas por bienes manufacturados, mientras que sus importaciones se concentran en materias primas. Estas historias separadas por casi un siglo nos recuerdan que las relaciones comerciales están determinadas tanto por las necesidades económicas, como por las estrategias políticas de cada época”.

Además, América Latina nunca fue un mercado prioritario para Japón. Las exportaciones japonesas a la región representaban apenas entre el 3% y el 5% de su comercio total en los años ‘30, y las importaciones de Chile y Argentina eran prácticamente insignificantes para su economía. Para Japón, más que un objetivo central, la relación comercial con América Latina fue un movimiento estratégico, una forma de diversificar su comercio y compensar las barreras impuestas en otros mercados.

Mientras en Chile los textiles japoneses, significativamente más baratos que los europeos, encontraron un mercado receptivo, en Argentina la historia fue diferente. Los industriales locales veían a los textiles japoneses como una amenaza para su incipiente industria y acusaron a Japón de prácticas de dumping social, argumentando que sus precios bajos eran el resultado de salarios precarios y la falta de sindicatos. El conflicto llevó al Gobierno argentino a imponer restricciones a las importaciones japonesas, lo que eventualmente afectó la relación comercial entre ambos países.

Hoy, con la creciente influencia de China en América Latina, vemos dilemas similares. Por un lado, los productos chinos ofrecen precios competitivos que benefician a los consumidores; por otro, generan preocupación sobre el impacto en las industrias locales y la dependencia económica. Además, como ocurrió con Japón en los años ‘30, las exportaciones de China a la región suelen estar dominadas por bienes manufacturados, mientras que sus importaciones se concentran en materias primas.

Estas historias separadas por casi un siglo nos recuerdan que las relaciones comerciales están determinadas tanto por las necesidades económicas como por las estrategias políticas de cada época. Japón en los años ‘30 y China en el presente son ejemplos de cómo las crisis globales pueden reorganizar los flujos comerciales y abrir nuevas oportunidades. Un aspecto clave es no solo la diversificación de productos sino la diversificación de mercados. Chile y Argentina enfrentaron las limitaciones de depender de pocos productos para sus exportaciones, pero se beneficiaron de su relación con Japón en un momento de crisis. La lección es clara: un mercado más diverso permite ser más resiliente ante los vaivenes de la economía global.

La experiencia de los años ‘30 también nos alerta que para aprovechar estas oportunidades se debe, primero, encontrar un balance que promueva tanto el desarrollo interno como una integración efectiva en los mercados globales, y segundo, no desconocer el sustrato cultural sobre el cual se construyen relaciones fructíferas y de largo plazo entre estados.

Este episodio histórico nos recuerda la importancia de las relaciones diplomáticas y comerciales en un mundo interconectado e interdependiente. Así como Japón buscó alianzas en América Latina como respuesta a las sanciones de Estados Unidos y Europa, hoy China está forjando vínculos estratégicos en la región en un contexto de tensiones con las potencias occidentales.

La historia del comercio entre Japón, Chile y Argentina en los años ‘30 nos ofrece así una mirada fascinante sobre cómo las crisis pueden abrir nuevas oportunidades. Aunque las circunstancias actuales son distintas, los desafíos son sorprendentemente similares: ¿cómo equilibrar el desarrollo local con la integración global? ¿Cómo aprovechar mejor la demanda de potencias emergentes? El vínculo con Japón fue una lección práctica de creatividad y de adaptación frente a la adversidad.

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